MEDITACIÓN
TÁNTRICA
Con el fuego que derrite e
impregna todo en su descenso, la Presencia desciende abriendo un túnel
inmaterial, quemando amorosamente, para unirse al foco de la frente, que
arde delicadamente entre los ojos y la nuca, impregnando con su fuerza
acerada, erizo de púas blancas o plumas desplegadas en el viento.
La garganta mueve sus cavernas donde la
música duerme y canta y expresa su calor intenso, que rompe dolorosos
silencios y habla extrañas voces que lo dicen todo en otros silencios.
El pecho, molino de amor y fuerza,
latiendo fuerte, extendiendo su savia roja y azul, que expande delicadas
vibraciones de amor o intensa fuerza agrandándose en el pecho, buscando
más caminos para su fuego, más espacio para su ímpetu apasionado.
El vientre es una cueva donde la
oscuridad tibia se abre calma y deliciosamente a una ondulación de mar en
paz, olas suaves que vienen e inundan el organismo de la esencia de la
vida, no sólo física sino trascendente, y se van alejando en la arena de
las células, en el abandono, en la paz.
Alcanzando la flor secreta que gira en
sus pétalos de fuego, abiertos hacia arriba, desplegando sus colores
luminosos y la fuerza del fuego que asciende de deseo, sin otro objeto que
arder, que buscar la fusión con otros centros. Subiendo hacia arriba,
recorriendo el camino luminoso hasta la coronilla, la gran boca desde
donde lo divino nos invade y desciende en luz, en amorosa Presencia, que
transforma este cuerpo tosco en microuniverso de trascendencia, que
transforma las células en nebulosas de estrellas y planetas flotando en el
espacio luminoso de la Presencia, pequeñas o grandes unidades de vida que
flotan en claridad blanca o, a veces, eclosionan en resplandores cegadores
para crear oscuridad de la que surge de nuevo todo.
Todo esto aquí, sentada mirando clara,
serenamente, en meditación tántrica, con los ojos de la Consciencia,
mirando la maravilla de este precioso cuerpo humano, que nos trasporta a
la trascendencia cuando lo vivimos desde el gozo espontáneo de la
sabiduría.
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