Homenaje a Edurne

Desde un cuerpo agónico brillaba tu mirada profunda, amorosa, gozosa. La luz resplandecía entre las cenizas de ese cuerpo que había posibilitado que llegaras al final de la vida, y en el momento del tránsito tu espíritu se liberara de toda traba; puro, iluminado, libre, expandido en el espacio vacuidad que tú repetías como un mantra "maravilloso, maravilloso...". Así te has ido, envuelta en el mayor regalo, en la más alta meta que como humanos podemos alcanzar: el despertar a nuestra esencia consciente para nuestra liberación y la de todos los seres.

Desde la dimensión de luz en la que ahora habitas, tu presencia ejemplifica el desapego de todo lo que no es sustancial en nuestra existencia, ejemplifica, asimismo, la entrega y el servicio conscientes como máximas formas de vivir y convertir esto en gozo.

Antonia

 

Para Edurne

 

La bola clara, grande
parece de piedra dura,
aristada, pero rueda ligera,
como papel y engrudo.
La niña juega sentada.

Empujando esta bola por los caminos...
El golpeteo ha limado los bordes y es redonda,
brillante y cálida,
está llena de luz amorosa.

Reparten tus manos esta luz,
por el mundo, por el huerto vivo
y los seres de las plantas
cantan en la brisa del viento.

Los que anidan en las ramas
juegan entre las sombras,
los que callan en las flores
exhalan su aroma y te saludan.
Las hojas estiran hacia ti
su rumor de salvia.

Tus manos reparten
ese néctar amoroso en todo
lo mucho que haces; con cuidado,
con entrega, con renuncia, con alegría
y lo dejas como una alfombra
tupida y bella,
para que los demás descansemos ligeros
mientras tú te alejas,
sin pedir nada,
vacía y feliz.

Antonia (2006)