Para
ti, Edurne
Echo en falta esa
profunda y sonriente mirada que al entrar me invitaba a pasar a un
espacio familiar y seguro. La complicidad con la que me tratabas me
enseñó a estar alerta y a abrirme al agradecimiento.
En el Hospital me diste una buena lección de humildad y aprendí que
lo que existe en cualquier lugar es un "buen material de trabajo
meditativo", un buen trampolín para avanzar.
Poco a poco te sumergiste en una senda en la que se te veía feliz.
Seguías sonriendo y mirando con picardía.
Sin darme cuenta dejaste de estar en el txoko que siempre miraba al
entrar. Pero ahora, nada más cerrar los ojos, conecto con una inmensa
luz que me hace sonreír de la misma manera.
Y en casa, desde un rincón de mi habitación el brillo de tus ojos y
tu sonrisa me hacen sentir alegría, mucha luz y un inmenso amor.
Gracias por todo.

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