El cuento averiado
Esta es la historia de un
cuento que no sabía acabar.
Tras unos brillantes “érase una vez” y unos “y luego sucedió
que” plenos de interés y emoción, los “y colorín colorado”
llegaban a duras penas, como cabizbajos arrastrando las
letras sobre lodazales de insípidos y previsibles tópicos
que semejaban más derrumbamientos que desenlaces.
Sin ir más lejos, aquella misma mañana, una vez sacado el
brillo a los puntos y comas, Cuento reunió el suficiente
ánimo para iniciar su tarea diaria: narrar una nueva
historia.
Érase una vez, que en el país del plato llano un concurrido
surtido de galletas, pastelitos y bombones se hallaba
reunido de urgencia para tratar la extraña desaparición
aquella noche de “Marie au Chocolat”, la reina del surtido.
Exquisita, de redondez proporcionada y de pasta de la mejor
calidad, destacaba del abigarrado conjunto tanto por su
delicioso sabor y aroma como por su gracioso porte, esa
elegancia indiscutible con la que paseaba su generoso manto
de chocolate de primera.
¿Qué habrá sido de María? que era así como le gustaba
hacerse llamar de puro sencilla, se preguntaba doña Íntegra
golpeteando nerviosa sobre sus almendras naturales.
Yo lo he visto todo dijo Bombón al Kirch.
¡Que habrás visto tú le espetó desabridamente Pastel de
Moca, si apestas todo el día a alcohol.
Di lo que quieras mocoso se revolvió ofendido.
Dejarle hablar al muchacho terció con educación Pastel de
Fresa al chantillí.
Vi aterrado como se apoderaba de ella un
tentaculado ser extraplatotario.
¡Ja! Lo que faltaba por oir, un ser extraplatotario estalló
burlonamente al unísono un coro de pastas delgadurrias
clavando sus saltones ojos de guinda sobre el reculante
bombón que optó por callarse.
Un monstruo extraplatotario gimoteó la impresionable doña
Íntegra a la que el temblor arrancó un sinnúmero de pequeñas
semillas de sésamo que clinclearon sobre la porcelana.
Entre tanto desasosiego y enfado Príncipe puso una nota de
calma y serenidad cuando con voz profunda y cadenciosa tomó
la palabra y dijo: amigos tal vez nuestra inquietud y temor
sean vanos. María al igual que ocurrirá tarde o temprano con
todos nosotros ha visto cumplido su destino y es
inmensamente feliz tras haber disuelto su forma aparente
pudiendo vivir sin ataduras su esencia, fundida en una
totalidad gastro-cósmica.
Ni lo sueñes repollo resabiado replicaron en tono ofensivo
una cuadrilla de Napolitanas. Y dirigiéndose a sus vecinos:
no hagais caso a este cretino y aprended de nosotras:
cantamos, fiesteamos, nos rebozamos en azucar y que nos
quiten lo bailao.
En realidad se morían de envidia.
Principe, de natural modesto, aunque huía de toda
ostentación y mantenía oculta la excelente calidad de su
chocolate interior tras dos escudos de aspecto corriente,
incluso vulgar, no podía evitar que su brillantez y
profundidad fueran notorias.
Así, entre disputas y temores transcurrieron las horas.
Repentinamente, una voz aguardentosa se impuso sobre el
alboroto general. Yo tengo la solución a vuestro problemas
vociferó un tipejo desastrado de piel verdosa y aliento
nauseabundo.
Y quién eres tú preguntó don Íntegro.
Mi nombre es Esporus degradantis rebenidus pero todos me
llaman señor Moho.
Bien. Seas quien seas… y ¿cuál es ese remedio que dices
puede calmar nuestra desazón?
Moho, truhán, zalamero y embaucador, vendedor ambulante que
despachaba por doquier un género raído, decadente y
monocromo al que su labia de mercachifle adornaba de
cualidades excelsas, si no propiamente milagrosas, se mesó
su desastrada barba de sabe dios cuanto tiempo para crear
una expectante ansiedad entre su público con un teatral y
sostenido silencio.
Esto es lo que necesitais convecinos dijo con fingida
convicción mientras capoteaba sobre el suelo con la gracia
de la costumbre, ante los atónitos ojos del todo el surtido
una desastrada colección de mantos, capas y trajes de
chaqueta del peor gusto y de color uniformemente verdoso.
Bombón de coco, gran observador exclamó: ¡Rayos! Esos trapos
son todos del mismo tono. Y olor añadió Doña Dorada
taponando su naricilla de crema.
Ahí reside la cuestión se adelantó raudo Moho sin perder
pie. Este color y también el olor añadió lanzando una
furtiva pero poco amistosa mirada a Dorada que fingió no
darse cuenta, resultan aversivas y repugnantes para los
depredadores extraplatotarios…y para mí, pensó sin atreverse
a más doña Dorada en estado de casi asfixia con su
naricilla en cuarentena.
Si os cubris con estas milagrosas prendas estareis a salvo y
viviréis para siempre en paz, concluyó Moho en un tono
paternal y compungido ciertamente convincente.
¡Bien! ¡Yupi! mandolineaban las Napolitanas que además de
bailonas eran muy sugestionables.
Moho se frotaba las manos satisfecho.
Es una locura gritó desesperado Bombón al Kirch si hacemos
caso a este embaucador acabaremos todos en las tinieblas de
la basura.
¡Bah!, eso son historias de taberna. Bobadas comadreaban los
pastelitos de manzana…
Tiene razón, dijo Príncipe, el miedo y el egoismo hará que
nuestra vida sea inútil. Pero nadie le escuchaba.
A la mañana siguiente el paisaje de casi todo el plato llano
era desoladoramente verde y apestoso… y entonces…
Cuento comenzó a sudar. Evidentemente llegaba el momento de
acabar, pero se hallaba lleno de dudas. ¿La historia debería
tal vez finalizar con una moraleja? ¿Acabaría todo el
surtido en la basura? ¿La conclusión debería ser un consejo
como “niños no hagais caso a extraños en tonos verdes”?
¿Existe realmente el destino, se salvarían los generosos?
Preguntas y más preguntas, demasiadas. Cuento entró en una
profunda crisis de identidad y un escalofrío de pánico
recorrió sus párrafos de principio a fin. Me estoy
pareciendo a un ensayo…
Decidió buscar ayuda.
La fortuna le sonrió cuando por azar se topó con las páginas
que amarillean, que como todo el mundo sabe acumulan grandes
conocimientos de puro viejas.
Cuento buscó y buscó … A ver, castillos de cuento, cuentos y
recuentos, vivir del cuento. Lo encontré. Reparación de
cuentos. Dirección: siguiente párrafo, calle de la línea,
avenida de la página, a renglón seguido.
Sin más dilación Cuento se dirigió hacia allí y pronto se
encontró parado frente un edificio cochambroso con un
letrero que en su día fue luminoso que rezaba así:
“Reparación de cuentos averiados. Si no queda satisfecho le
devolvemos sus puntos suspensivos”. En las breves escaleras
que anunciaban la entrada se cruzó con una venerable anciana
con un brazo vendado que abandonaba el edificio ayudada por
una jovencita con una especie de sombrero rojo que le
regañaba por empeñarse en tomar como mascotas a lobos
peligrosos.
Al fin Cuento se halló en el interior del edificio que por
estar en semipenumbra resultaba un tanto inquietante como si
de una casa encantada se tratara.
Repentinamente sintió que alguien le tocaba. Cuento se
asustó y por unos instantes le temblaron todas las comillas.
Para cuando se serenó, sus ojos se habían familiarizado a la
falta de luz justo a tiempo para comprobar que el motivo de
su sobresalto no era otro que un muchachito delgadurrio que
con expresión angustiada le preguntaba si había visto alguna
miguita de pan por algún rincón. Pues si que debe estar
hambriento este crio pensó Cuento apenado. Ante la respuesta
negativa el pequeño continuó su frenética búsqueda a todo lo
largo de un pasillo ya definitivamente lúgrube.
Caballero… ¿qué desea? Por fin alguien me atiende pensó.
Vengo a…
A que le reparen supongo.
¡Qué profesional!
Quien se dirigía a él era un hombre ya mayor con abundante
pelo blanco, bigote y gafas redondeadas que amenazaban
desnarizarse a la menor.
Dígame, dígame lo que le ocurre.
Cuento refirió pormenorizadamente sus problemas y cuando
estaba en aquel cuento en el que un hombre soñaba que era
feliz contemplando las estrellas cuando una desorbitada
presión sobre el pecho le despertaba enterrado bajo su
propia casa hecha escombro por el impacto de un misil y
tras ser rescatado se balanceaba en una camilla en la que
era transportado y se adormecía y soñaba que era el que
disparaba la bala y despertaba por el dolor de la herida que
en realidad le mataba y le ardía y el ardor le despertaba…
Basta…interrumpió la perorata el reparador. Usted dijo que
su problema era no saber acabar pero en fin sin ánimo de
preocuparle, amigo, lo suyo es el cuento de nunca acabar.
Pero no se preocupe todo tiene remedio.
El hombre se giró y dirigió su nariz y sus gafas suicidas a
una especie de armario clasificador y lameteando su pulgar
cada tanto revolvió entre legajos hasta que se detuvo y
extrajo una hoja que a simple vista parecía estar casi
vacía. Aquí está la solución. Se trata de una cura de
profundo silencio.
Pero, balbuceó Cuento, eso es muy difícil para un narrador
nato…
Tranquilo joven, somos profesionales dijo el reparador con
ojos pícaros.
Cuento tragó paréntesis y accedió.
Además aquel tipo le trasmitía tranquilidad, le recordaba a
cierto carpintero, un tal Gepeto que conoció en su juventud.
Transcurrió un tiempo y aunque al principio Cuento se
descubría narrando algo a la menor, poco a poco le fue
cogiendo el aire y al final aquello le sanó.
Llegó el momento de la despedida.
Que tal te encuentras le preguntó el reparador.
Estupendamente contestó él. Creo que ya me puedo marchar.
Si claro pero antes tenemos la costumbre de comprobar…
No me estarás proponiendo…
Si en efecto. Tienes que contarme algo para tener la certeza
de tu curación.
Cuento se emocionó. Iba a ser su primera historia después de
mucho tiempo.
¿Está preparado?
Allá voy:
Érase una vez que Don Despierto se topó en la calle con un
viejo amigo, Don Dormido, al que encontró francamente
desmejorado.
¿Qué te ocurre Dor? - que era como le llamaba cariñosamente.
Estoy muy desanimado. Me he pasado toda la vida buscando
reconocimiento y admiración y todavía no lo he conseguido.
Don Despierto sabía que lo que su amigo realmente necesitaba
era otra cosa y que estaba muy confundido y trató de
ayudarle.
Mira Dor, esto que tengo aquí te devolverá la alegría.
Dor lo cogió, lo sopesó, lo zarandeó de un lado a otro e
incluso lo hizo rebotar contra el suelo concluyendo que
aquello era algo cuando menos inservible. ¿Qué es esta…cosa?
Es amor dijo don Despierto.
¡Ah! Y dices que esto me va a ayudar…¡ Hum!
Ambos amigos se despidieron. En cuanto Dor se quedó solo
envolvió aquella cosa y ni corto ni perezoso se dirigió a
la oficina de cambios de don usurero. Don Usurero saltó de
la miopía a la hipermetropía en un instante al ver lo que
Don Dormido había dejado sobre mostrador.
Miró a Dor y desde el fondo del fondo de su corazón de
usurero sintió algo de lástima por aquel insensato que
pretendía cambiar el amor por dios sabe que otra cosa, en
evidente ignorancia de su valor.
Pero está usted seguro…
Venga, venga… ya se que es mucho pedir que me de algo a
cambio de esta cosa pero en fin…
Y que desea usted…
Respeto y admiración.
Don Usurero pensó que aquel tipo estaba loco pero se dijo:
allá él y puso sobre el mostrador una buena cantidad de
respeto y admiración, y añadió, más por mala conciencia que
por generosidad, una dosis añadida de poder y un manual para
aterrorizar subalternos.
Don Dormido abandonó el local más que ufano.
Al cabo de no mucho tiempo Don Despierto paseaba por un
parque cuando reparó en un hombre que le resultaba familiar
que yacía destartalado sobre un banco. Cuál no fue su
sorpresa al comprobar que se trataba de su amigo.
¿Qué te ha ocurrido Dor?
No sin cierta vergüenza Dor relató todo lo sucedido a su
amigo.
Como ves dijo estoy de nuevo a dos velas.
Don Despierto se apiadó de nuevo de su amigo y le dijo: Toma
esto, es silencio. Te llenará de respeto y admiración.
¿Silencio? Don Dormido miró aquello con más suspicacia si
cabe que al amor.
Pero esto más que algo parece nada, diría yo.
No lo creas aseveró don Despierto. Ven conmigo, acompáñame.
Juntos se adentraron en el parque hasta dar con un claro de
hierba mullida donde un número nada despreciable de
personas mostraban su respeto y admiración por un anciano
que permanecía sentado en silencio.
Don Dormido se sorprendió no poco de aquello. No sabía que
el silencio pudiera servir para lograr lo que yo deseo.
Es cierto Dor, pero para que haga su efecto hay que usarlo
durante un tiempo y con frecuencia.
Ten por cierto que lo haré aseveró Don Dormido
enfáticamente.
Y así pasaron los días, los meses, los años…
Un día que Don Despierto paseaba como de costumbre por el
parque observó como un número notable de personas mostraban
su respeto y admiración por un individuo que permanecía
sentado en silencio placidamente.
Movido por la curiosidad se acercó hacia él lo justo como
para comprobar que se trataba de su viejo amigo.
Se dirigió hacia él y le dijo: Hola compañero, por lo que
veo ya has visto realizados tus sueños.
Hola querido y sabio amigo, gracias a tu silencio y a pesar
de mi ambición sané mis heridas y encontré el amor que antes
desprecié. Ya no necesito el respeto ni la admiración ni el
poder solo vengo aquí a celebrar y compartir el amor en la
Presencia Aquí y Ahora.
Gracias a tu sabiduría cuando desprecié el pez, supiste
darme la caña para pescarlo.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.
El reparador aplaudía estruendosamente como un chaval y casi
desencuaderna a Cuento con su abrazo de oso.
¿Cuánto te debo por tu trabajo, preguntó Cuento?
El reparador se rascó repetidamente la cabeza como si
buscara la respuesta entre su melena plateada, y al fin
dijo: bueno, por ser tú…¿no tendrás por ahí una marioneta de
madera con cara de crio con la que entretenerme en los ratos
libres?
Cuenta con ello.
