LA
EXTRAORDINARIA VIDA DE
GINKGO BILOBA
-Aita
¡ Ven, corre¡ Mira lo que he encontrado.
-La
voz de Martina llega de la entreplanta, urgente y excitada,
entremezclada con el sordo crujir de la madera del piso,
obligada por el nervioso trajinar de mi hija a lomos de un
descacharrado triciclo de dos ruedas y casi tres.
¿Qué
pasa , cariño?
-Ven
y sígueme-dice misteriosa.
-Y
como no , la sigo rendido a su habilidad de convertir la
desmoralizante tarea de adecentar la vieja casa familiar,
largo tiempo cerrada, en un prodigioso juguete gigante
plagado de misterios y sorpresas.
Con
paso de cascabel, Martina me guía hasta lo que bajo la
envoltura de tiempo, polvo y telarañas resulta ser mi
habitación de infancia. Una vez dentro, se arrodilla y con
un gesto me invita a mirar bajo la cama. ¡Sorpresa! Un
bulto extraño que resulta ser una vieja caja de zapatos
malherida por los ratones. ¿La abrimos?
-Ábrela
tú, dice aprensiva.
-En
su interior, milagrosamente intacto, hay guardado un libro
de gruesas tapas...
-¿Qué
pone, aita?
-Espera
Martina, que no veo bien la letra. Ahora sí “La
extraordinaria vida de Ginkgo Biloba”. Parece un cuento ¿Te
apetece que lo leamos?
-Si
aitatxo, si, venga, contesta melosa.
Martina
se sienta sobre la cama y yo junto a ella.
Érase
una vez en el país de “cerca de aquí” que un niño
llamado Martín daba vueltas y vueltas en su cama tratando
de dormir y no podía. Cansado estaba y mucho. Había
cumplido 8 años y un día repleto de peripecias y trajines
estaba llegando a su fin.
Tanto
escuchar que si “ya eres mayor”, que si “estás hecho
un hombrecito” y cosas por el estilo, y todo ese
agotamiento que sentía, le tenían bastante preocupado.
-Estoy
envejeciendo- pensó muy seriamente.
Tal
vez para consolarse, posó su mirada con gran deleite sobre
la esbelta figura de Sidgrid de Tull, la princesa vikinga,
prometida de su admirado héroe el aguerrido Capitán Trueno
que espada en ristre la protegía siempre de todo mal.
En
fin, un día inolvidable. La merienda que la amatxo había
preparado, sus deliciosas galletas de anís, la tarta con
sus 8 velas, la compañía de toda la familia, primos
incluidos y sobre todo los invitados de honor: Anita, su
vecina y mejor amiga y, Willy el Gordo, su más querido
enemigo.
Hartos
de comer, a la calle a jugar, los tres amigos y Txuri el
mejor amigo del hombre...que le da galletas.
Correr
y correr, empujarse y reír sobre todo reír sin parar.
Pero
a estas horas de la noche lo que acudía con mayor
insistencia a la cada vez más somnolienta cabeza de Martín
era el recuerdo de lo ocurrido en el “agujero
prohibido”.
Se
trataba de un lugar al que “niños, ni se os ocurra
acercaros; es muy peligroso, si os cayerais las arenas
movedizas del fondo os tragarían como azucarillos”. Un
lugar que, por supuesto, frecuentaban atraídos por la
curiosidad o tal vez por el gusanillo del riesgo y que por
razones desconocidas se había convertido hoy en el
escenario de lo insospechado.
El
Gordo hacía rabiar a Anita-Sigrid, tirando de sus coletas y
Martín, caballero, Capitán Trueno se abalanzó valeroso
sobre él con arrojo sin par y Willy, el chico de “doble
de tarta”, doble de pastas”, “doble de chocolate con
churros” y doble de niño realizó algo, hasta el momento,
inédito en su vida, un movimiento de agilidad felina, una
finta irrepetible que propició que Martín se precipitara
al abismo en caída libre e irremediable.
En
su vuelo al encuentro con lo que se le antojaba sería una
muerte segura, pasó por su mente toda su vida, que por
breve lo hizo no una sino repetidas veces.
Repentinamente,
algo extraño sucedió. La velocidad de caída fue
aminorando a tal punto que el aterrizaje fue sumamente
delicado, como si unos robustos pero invisibles brazos le
hubieran depositado con extremo cuidado.
El
sueño ya arreciaba y apenas quedó tiempo para evocar aquel
sonido de hojas atizadas por el viento que le acompañó
durante el descenso, y los asustados ojos oteando desde el
borde del agujero y cómo subió gateando hasta llegarse
donde ellos
sin
un roto ni un rasguño, y que raro... hasta que por fin se
durmió.
Martina
había escuchado el relato con suma atención y quietud. Sólo
al final observo sus finas piernas balancearse nerviosas
golpeteando con el tacón de sus sandalias contra el somier
de madera.
-¿Te
aburres, cariño?
-No
aita, es que... se detiene y me mira, y adivino en su cara
una mezcla de necesidad y de “siento cortar tu bonito
cuento”, hasta que al fin dice: es que, ¡tengo hambre!

SECRETOS,
PREGUNTAS¿RESPUESTAS?
Martín
durmió 12 horas de un tirón.
Vamos
dormilón dijo Adela, su amatxo, al tiempo que descorría
las cortinas iluminándose la estancia con un incisivo
chispazo de luz..
-Hola
amatxo, enseguida me levanto, lo juro e hizo un gesto que
hizo reír a Adela.
-Venga
zalamero que se te va a enfriar el desayuno.
Mientras
remoloneaba y se estiraba con placer recordó haber soñado
que caía de nuevo al agujero prohibido pero esta vez
atravesaba un tupido entramado de hojas y ramas que lo retenían
por completo. Una voz grave y sobria repetía una y otra
vez: soy Ginkgo Biloba...soy Ginkgo Biloba. Nunca había
escuchado palabras como esas y brotó en él el impulso de
preguntar pero calló por respeto a la solemne promesa que
hizo con sus amigos y Txuri de no contar nada de lo sucedido
a ningún mayor.
Desayunó,
rápidamente y fue a buscar a Anita. Tal vez ella
pudiera resolver sus dudas.
Era
su mejor amiga y confidente. Solían verse todos los días
para jugar. A Anita le gustaba saltar a la cuerda con él, y
a Martín le gustaba jugar con ella... y saltar a la cuerda
también.
Le
contó su sueño y ella pensó, miró fijamente a la punta
de su zapatilla y como quien sale súbitamente de un trance
extendió su mano que sostenía la cuerda por un extremo y
dijo: te toca dar, y ahí quedó todo.
Fue
un poco más tarde cuando de un modo fortuito descubrió a
quién debería recurrir para salir de dudas.
Era
la hora de comer. Martín se despidió de su amiga y cuando
entró en su casa escuchó la inconfundible, rotunda y
cantarina voz de su tía Dolores. Mujer madura que
conservaba aún una más que notable belleza y derrochaba brío
y vitalidad, acorde a una personalidad indomable y nada
convencional.
Nada
más verle le plantó un sonoro beso y un cálido achuchón
como de costumbre, y entre risas y cuentos se sentaron todos
a comer: la ama y el aita, la amoña Toñi, la tía y Martín.
Y
el abuelo Ginkgo, ¿dónde está ese viejo bribón?
Martín
botó en su asiento y apunto estuvo de bautizar de sopa a su
amona.
-Pero
niño, exclamó estás nervioso o..? ¿Ya duerme lo
suficiente este crío, inquirió mientras miraba a Adela que
con cara de a mí que me registren contestó vacilante: sí
que yo sepa.
-¿Te
ocurre algo, mi niño?
-No
amatxo, me he atragantado-dijo-con la mejor cara de domingo.
Acabado
el postre Martín se las ingenió para desaparecer
sigilosamente y no paró hasta localizar a su aitona D. Jesús,
Ginkgo, o el “sabio loco” tal y como lo calificó su tía
Dolores a lo largo de la comida que descansaba echado sobre
una vieja hamaca a la sombra de la trasera de la casa.
-¡Aitona!
-Hola
potxolo- siempre le llamaba potxolo y cosas cariñosas por
el estilo-¿qué te cuentas?
Martín
dejando de lado todas sus promesas le soltó a bocajarro
todo lo que llevaba dentro y quedó expectante mirando a su
aitona.
D.
Jesús permaneció en silencio un rato que para Martín
resultó eterno y al fin dijo: querido niño ha llegado tu
momento. Esta noche iré a tu habitación y tu y yo
tendremos una pequeña charla. Pero, esto tiene que ser un
secreto entre tú y yo. ¿Lo entiendes corazón?- dijo con
cara de no tenerlas todas consigo.
-Sí
aitona, por mí tranquilo que aunque una banda de malvados
vikingos contrarios al rey de Tull me torture...
-Vale,
vale-interrumpió- sin entender ni una palabra. Ahora vete a
jugar y déjame continuar mi siesta... y dándole un beso en
la frente se arrebujó en su camastro, haciendo unos
graciosos mohines de gran deleite.
El
resto del día transcurrió extremadamente lento para Martín.
Cuando
por fin, su amatxo le acostó hizo lo mejor que pudo el
teatro de “Oh si que dormido estoy” para nada más
quedarse solo incorporarse en la cama a la espera de su
aitona que al fin medio a hurtadillas llegó y se sentó a
su lado.
-Mira
Martín todo lo
que me has contado esta tarde tiene un significado y lo
encontrarás aquí dijo mostrándole un libro de aspecto
artesanal de sólidas y gruesas tapas.
Martín
leyó el título: “La extraordinaria vida de Ginkgo Biloba”
y cuando fue a abrirlo D.Jesús se lo impidió.
-No
Martintxo, todas los noches vendré yo a leerte este
precioso cuento y sólo cuando haya acabado te lo regalaré.
-Vale,
aitona

LA
VIDA DE JINKGO Y OTROS PRODIGIOS
D.Jesús
abrió el libro y comenzó a leer a la luz de una discreta lámpara
de mesilla.
Hace
ya muchos cientos de años que Ginkgo Biloba árbol
majestuoso y espléndido sentía en su corazón una profunda
tristeza, dolorosa como la voraz mordedura de millones de
termitas. El antaño chispeante crepitar de sus hojas al
viento, hoy no era sino un quejumbroso murmullo que tenía
muy preocupado a su fiel amiga la lechuza que posándose en
una de sus ramas le dijo:
-¿Qué
te ocurre Ginkgo viejo amigo?
Me
corroe la melancolía. Llevo demasiado tiempo enraizado en
esta parcela de tierra.
¿No
estás a gusto aquí?
No,
no es eso mi buena amiga..
Cuéntame
que te ocurre, tal vez pueda ayudarte.
Y
Ginkgo comenzó su relato.
Recuedo
como si fuera ayer que, cuando apenas era una semilla del
tamaño de una nuez, fui recogido por un comerciante viajero
amante de las plantas en Bodhgaya, una región de la
India.
Tras
muchos avatares se estableció aquí me plantó y cuidó
mientras duró su corta vida.
Comencé
a crecer y crecer y con el paso del tiempo fui adquiriendo
además de un voluminoso cuerpo, muchos conocimientos y
experimenté ricas y variadas vivencias.
-¿Cómo
cuales- interrumpió la lechuza?
-Pues
no sé...conocí una enorme variedad de seres vivos, unos
grandes y otros minúsculos; escuché cantos llenos de alegría
y otros de pena y tristeza; contemplé el amor y los juegos
de los niños; me llené de espanto con las atrocidades
nacidas del odio y de las guerras y albergué a mis pies los
restos de los bien vividos y de los mal muertos. Pero sobre
todo descubrí que
a través de mi se expresaba un don, algo ajeno a mi
voluntad que infundía vida y felicidad a todo aquel que se
aproximaba.
-Nunca
me lo habías dicho
-Me
daba un poco de vergüenza.
-¿
Sabes de dónde te viene ese don?
-No
estoy seguro pero talvez tenga que ver con un ser humano que
durante 7 días y 7 noches permaneció sentado junto a un árbol
cercano a mi antepasado, un árbol que llamaban
(Bodi). Decían que era un santo...
-Si
tal vez sea por eso...
-Además,
hay otra cosa extraña. Mi alimento no proviene de las
gruesas raíces que me aferran a la tierra sino de lo más
alto de mi alta copa por encima de los 35 metros y esto
amiga mía no le había ocurrido nunca antes a ninguno de mi
especie.
-Pero
escuchándote todavía no comprendo el origen de tu
tristeza.
-Me
veo limitado, son tan pocos los seres que se me acercan , a
tan pocos beneficia este don... Esta forma se me ha quedado
pequeña. Tendría que volar, llenar todo el espacio con
esta bendición.
-Pero
eso es imposible, creo. Los árboles no vuelan ¿No? Dijo la
lechuza dubitativa después de haber escuchado tanto
prodigio.
-Tú
que eres tan sabia y tienes tantos contactos ¿no podrías
hacer algo por mí?
-Bueno...
no sé... déjame que lo piense... vale lo intentaré,
aunque no te garantizo nada...
-Gracias
querida amiga.
D.
Jesús bajó el tono de su voz. Martín dormía plácidamente
con una sonrisa muy hermosa dibujada en su rostro.
Esa
noche Martín soñó que se deslizaba por un tobogán de paredes blancas con su cara
interna forrada de terciopelo rojo que discurría a través
del centro mismo del grueso tronco de Ginkgo Biloba.
Y
bajaba y bajaba desde la copa hasta toparse con una especie
de cama elástica a la altura del tierno corazón de Ginkgo
desde la que era catapultado con brío hasta las alturas
para volver de nuevo a descender, y así, una y otra vez...
Por
la mañana Martín se despertó lleno de fuerza y vitalidad,
y en cuanto pudo se dirigió al despacho de su aita con la
intención de averiguar más acerca de Ginkgo.
Miró
y remiró entre librotes descomunales hasta que por fin dio
con la Enciclopedia Británica de Botánica Universal.
-Tiene
que estar aquí –pensó. A ver... en la j...pues no. Será
con g. Sí, aquí está.¡ soy un monstruo! se felicitó a sí
mismo lleno de entusiasmo.
Y comenzó a leer: “El árbol de Ginkgo es el único
representate vivo del orden de los Ginkgoales, un grupo de
gimnospermas compuesto por la familia de Ginkgoceae, con sus
más antiguas hojas fechadas hace más de 270 millones de años
en la era de los dinosaurios”.
-¡Vaya!
Exclamó en voz baja... y continuó leyendo: “sobrevivió
en China y en 1192 antes de Xto
pasó a Japón muy en relación con el budismo” .
“Su nombre significa “albaricoque de plata” y también
se le llama “Árbol del
Cabello de Venus”. Se extendió por muchos lugares
del mundo: Norteamérica, Sudamérica, Asia , África, Nueva
Zelanda...” Martín se cansó de leer y devolvió con
esfuerzo la enciclopedia a su lugar.
A
media mañana entró en la cocina para beber un vaso de agua
y se encontró con su tía Dolores que pelaba patatas con
habilidad.
-¡Hola,
pajarito!
-¡Hola
tía!¿Quieres que te ayude?
-Bueno.
Toma, coge este cuchillo pequeño y siéntate en esta silla.
¿No te cortarás, verdad?
-No,
tía, suelo hacer esto con la amatxo.
Esto...¿por qué llamas al aitona Ginkgo y “loco
sabio”?
Dolores
carraspeó incómoda y tras comprobar que no había nadie
cerca se inclinó sobre su sobrino y le cuchicheó al oído:
te lo digo si me prometes no contárselo a nadie.
Martín
iba a decirle
lo de las torturas de los vikingos y todo eso, pero visto lo
visto se limitó a un escueto “ lo prometo”.
Resueltas
las dudas, Dolores
dio rienda suelta a su proverbial afición al cotilleo y le
puso al corriente de cómo su Aitana D. Jesús pasaba
incontables horas sentado a la sombra de un enorme árbol
que había cerca de la casa y
¿sabes? solía volver de allí con los ojos
brillantes y la radiante sonrisa de quienes tienen el corazón
lleno de felicidad.
Además
se le notaba más tranquilo, se enfadaba menos, tenía un
humor estupendo y sus comentarios y juicios estaban llenos
de sabiduría. Muchos lo consideraban un poco loco porque su
forma de actuar no era la de todos, pero ya sabes...la
gente.
Martín
hizo como que escuchaba pero en cuanto pudo preguntó:
-¿Un
árbol cerca de aquí?
-Sí,
cielo, lo hubo hasta que...
Martín,
Martíntxo.
Era
la voz de su amatxo.
-Anda
vete-dijo Dolores y se colocó un dedo delante de los labios
en señal de silencio.
-Ya
voy amatxo y salió de la cocina dejándole la patata que más
que pelada a su tía le recordó a un San Sebastián
acribillado por cientos de flechas.
Al
anochecer y antes de que su aitona continuara con la lectura
Martín le preguntó:
-¿Es
verdad que había un árbol cerca de aquí?
D.
Jesús frunció el ceño contrariado.
-Es
que la tía Dolores me ha dicho...La tía Dolores, la tía
Dolores, esa metementodo masculló entre dientes.
Mira
potxolo, todo lo sabrás a su debido momento y sin darle
mayor importancia continuó con su relato.
La
lechuza conmovida por el dolor de su amigo, movió sus
contactos, y no paró hasta que al fin halló algo que, tal
vez pudiera serle útil.
-Mira
Ginkgo todos a los que he consultado han coincidido en que
algo como lo que tú necesitas sólo lo puede otorgar la
Gran Cúpula Azul. Pídele ayuda con sinceridad y tal vez,
solo tal vez, te escuche.
-Ginkgo
clamó sin descanso hasta que un día
en medio de un límpido y extremadamente despejado
cielo azul se desató una fortísima tormenta. Una voz
semejante al rugir de un trueno se dirigió al viejo árbol
y dijo: ¿Qué deseas de esta Cúpula Azul en apariencia vacía de
todo?
Ginkgo
expresó lo que eran sus deseos más íntimos. Tras unos
instantes de silencio el trueno volvió a hablar :
-Para
lograr lo que pides tu rígido cuerpo de madera deberá ser
atravesado por un poderoso rayo.
Ginkgo
tembló horrorizado. No hay nada que un árbol tema más que
eso.
-No
soy capaz, lo que me pides es imposible dijo compungido.
Sus
quejas fueron secamente interrumpidas.
-Deja
de lloriquear, quédate
ahí donde estás y no nos molestes más.
Amainó
la tormenta y Ginkgo, ya más tranquilo, decidió olvidarlo
todo.
Poco
le duró la paz y la melancolía resurgió con tal fuerza
que poco a poco la idea de aceptar la descabellada proposición
del trueno fue ganando terreno hasta convertirse en una
decisión.
-Tal
vez ser atravesado por un rayo no sea tan terrible como
sostienen las tradiciones ancestrales-cavilaba dándose ánimos.
Volvió
a implorar y de nuevo obtuvo respuesta.
-Estás
seguro de que quieres lo que dices querer. Date cuenta viejo
árbol de que no hay retorno posible.
D.
Jesús levanto la vista del libro y observó con ojos un
tanto maliciosos la expectación de Martín y sonrió.
-Lo
tengo decidido.
El
atronador estruendo conmovió todas las casas de la zona.
Un
afilado machete de luz sacudió con furia la aparente
solidez de Ginkgo que se desmoronó descompuesto en
incontables astillas que ardieron
y ardieron durante 7 días y 7 noches diseminadas en
un enorme cráter humeante. Una cortina de humo se elevó y
de una manera inexplicable permaneció en el lugar hasta
dibujar en el aire una silueta similar a Ginkgo pero translúcida,
ligera y sutil.
Este
extraordinario fenómeno atrajo a miles de visitantes que
sin saberlo eran tocados y beneficiados por el don y volvían
a sus casas transformados.
Pero
la costumbre no tarda en cobrarse su precio y el desinterés
creciente hizo que fueran cada vez menos quienes se
acercaran a contemplar el prodigio.
Ginkgo
pronto comprendió que todavía no estaba todo resuelto. Al
fin y al cabo, aunque su forma era más liviana sus raíces
seguían aferradas a la tierra.
Imploró
por tercera vez y la respuesta no se hizo esperar: has
demostrado valor y una motivación sin tacha. Al amanecer
verás cumplido tu deseo.
Y
así fue. Al despuntar el alba, se levantó una terrible
ventolera como jamás se recordaba en la comarca que arrastró
la sutil silueta de Ginkgo que hecha jirones se expandió en
las diez direcciones hasta hacerse una con el espacio mismo.
Al fin libre de las limitaciones de su rígida forma su don
podía beneficiar a todos los seres en todas partes. Bastaba
con abrirse y respirar para que Ginkgo
estuviera contigo.
D.
Jesús cesó en su lectura. El silencio respiraba en la
habitación.
-Aitona,
¿yo también puedo...?
-Por
supuesto, Martín por supuesto, contestó al tiempo que se
incorporaba y con un gesto pedía a su nieto que le
siguiera.
Se
asomaron al balconcillo de la casa y ante la estremecedora
belleza de la cúpula estrellada permanecieron respirando
lenta y profundamente durante un buen rato.
D.
Jesús casi susurrando, como quien habla para sí mismo
dijo: el don de Ginkgo es verdaderamente prodigioso. Al
abrirnos a él nos penetra y se adentra hasta lo más
profundo despejando todo lo que no nos deja vivir la
felicidad que no nos damos cuenta que somos.
-Aitona,
no te entiendo.
-No
importa , potxolo, no importa musitó acariciándole la
cabeza con ternura.
¿Ya
sientes a Ginkgo?
-No
sé. Mi corazón está caliente, muy caliente y
me siento muy feliz.
-Muy
bien Martín , y con lágrimas en los ojos dijo: lo que tenía
que hacerse ya se ha hecho. Ahora vuelve a la cama y
descansa.
Y
tapándole con mimo, besito en la frente y a dormir.
Cuando
Martín despertó sintió a Ginkgo en su interior y en la mesilla junto a su
cama vio el libro: La extraordinaria vida de Ginkgo Biloba.
Lo
cogió con impaciencia y por primera vez lo ojeó. Se
sorprendió al ver que estaba ilustrado con coloristas
pinturas a la acuarela.
En
la penúltima hoja un precioso y enorme árbol, Ginkgo y
cerca una casa. Martín se estremeció al comprobar que era
la suya.
-Ahora
lo entiendo todo: el agujero prohibido, mi caída, las palabras de la tía
Dolores.
Martín
lloró de alegría y sintió una enorme gratitud por su
aitona, el sabio loco, Ginkgo o como fuera pero siempre y
para siempre su querido aitona.
Y
colorín colorado este cuento se ha acabado...
Martina
estaba también muy emocionada.
-¿Te
ha gustado, mi amor?
-Mucho,
mucho,muchísimo dijo sin dejar lugar a dudas.. Esto...
-¿Qué
cielo?
-¿Podré,
cuando cumpla 8 años y sea vieja respirar a Ginkgo?
-Y
por qué no ahora mismo? Ven acercate, respira con la
tripita y concéntrate aquí en medio de tu pecho.
Martina
cierra lo ojos y frunce el ceño como queriendo atrapar la
atención en un guante.
-No
hagas fuerzas, cariño déjate, descansa...
Tras
un silencio de aliento y susurro Martina suspira lenta y
prolongadamente y dice:
-Oh
es verdad lo siento aquí dentro, aita...
Martina
se abraza a mí con fuerza y me dice al oído bajito,
bajito: te quiero aitatxo.
Está
emocionada y un poco cansada.
-Ahora
échate aquí y descansa un rato. ¿Vale?
Martina
se queda dormida en un ay. Desde la puerta Ana, mi mujer, me
hace gestos, salgo y me pregunta ansiosa
¿Qué
tal ha ido todo? ¿Lo ha encontrado?
-Si,
por supuesto. Te dije que lo haría. Aunque tiene sólo 6 años
la fuerza de Ginkgo no hace sino crecer y le ha guiado sin
ella saberlo.
-¿Qué
alegría, este es uno de los momentos más felices de mi
vida?
-Es
verdad , Ana. Bueno, ahora tú y yo tenemos mucho que hacer.
Vamos a abrir todas las ventanas de esta casa asfixiada de
tradiciones familiares enmohecidas y que la frescura de
Ginkgo la renueve hasta hacer de ella un lugar donde
compartir en armonía esta maravillosa bendición.

NOTAS:
Aita................padre
en euskera.
Aitatxo...........diminutivo,
cariñoso del anterior.
Ama................madre
en euskera
Amatxo...........diminutivo
cariñoso del anterior
Aitona............abuelo
en euskera.
Amona...........
abuela en euskera.

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