QUÍTATE
DE EN MEDIO
Hacía más de cuatro años que un tumor maligno canceroso
había sido extirpado de la mama de Lucía, mujer activa de 45
años, buscadora y amante de su profesión de enseñante.
Aquella llamada telefónica, urgiéndole a que se pasara por
el hospital para que le realizaran una ecografía, después de
una rutinaria revisión anual de mamografía, fue el preludio
de una vívida pesadilla.
A la ecografía le siguieron más mamografías, una biopsia, análisis de sangre, todo esto acompañado de un miedo que hizo pedazos
su falso sentido de seguridad y que era la respuesta normal
a quien siente su vida seriamente amenazada. Llegó el
momento del diagnóstico:
(Doctor) -Tiene un tumor maligno de dos centímetros
alojado en su mama derecha.
(Lucía) -Es cáncer.
(Doctor) -Sí efectivamente...
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo que le disoció del
contacto con el médico y le sumergió en un estado de
confusión y miedo…, después de un incalculable lapso de
tiempo, poco a poco, volvió a conectar con aquel médico que
le quería ayudar y le daba un mensaje esperanzador,
resaltando los aspectos positivos y minimizando los
negativos.
Ya que en su cuerpo residía una pequeña parte que se había
rebelado a su código genético, que crecía de manera
galopante y tenía un alto poder destructivo, se precisó de
una respuesta agresiva para neutralizarlo. A la operación
prosiguió el postoperatorio y más tratamientos de radio y quimio.
Fue un año muy duro.
Prosiguieron dos años y medio de resultados negativos
a los controles médicos, donde la vida fue volviendo a la
normalidad. No resultaron ser más que una tregua, pues unas
molestias en los huesos confirmaron ser metástasis óseas.
Enseguida se empezó un nuevo tratamiento de quimioterapia,
que seis meses después, debido a su ineficacia, fue cambiado
por otro.
Lucía sentía como su cuerpo seguía debilitándose. Las
sesiones de quimio eran una auténtica paliza. Además ya no experimentaba una mejoría antes de la siguiente
toma, lo cual le hacía pensar que los tratamientos solo le
servían para incrementar su malestar. Por si tenía alguna
duda, aparecieron en su piel unas erupciones de color
rosáceo, que resultaron ser metástasis cutáneas. Rechazó los
adicionales tratamientos que le ofrecieron, pues quería
aprovechar lo poco que le quedaba por vivir, con un mínimo
de calidad de vida.
Lucía además de su pareja Jesús, tenía una gran amiga,
Bego. Desde la adolescencia había compartido con ella sus
experiencias más significativas. A diferencia de la relación
con su pareja, con quien especialmente en esta coyuntura
había decidido no cargarle emocionalmente, con Bego tenía
una relación equitativa con quien podía comunicarse sin
restricciones de ningún tipo. Una tarde cuando se
encontraban solas, Lucía arrancó:
-Bego, ya no puedo más, me encuentro exhausta. Veo mi rol
de mujer fuerte, en el que me he apoyado toda la vida y
siento a mi entorno que me trasmite “tienes que seguir
luchando”, como si tuviera a través de mi fuerza, la
posibilidad de escapar de esta enfermedad. Todo esto lo
siento como un gran obstáculo para dar la respuesta adecuada
a lo que me está tocando vivir. Por un lado, me da la
sensación que es como tirar la toalla, como salir derrotada
de esta experiencia y por otro, hay algo profundo dentro de
mí, que necesita descansar y abrirse a esta nueva etapa.
Bego que cogía la mano de Lucía, la soltó para sujetar con
su brazo la frágil espalda de su amiga, invitándole a que se
apoyara en su hombro y se permitiera sentir vulnerable. El
cuerpo erguido de Lucía cedió ante el brazo acogedor de su
amiga. Brotó el dolor emitido en sollozos y cuando el llanto
remitió, Bego desde su corazón reconoció:
-Qué duro es lo que te esta tocando vivir.
Estas palabras permitieron a Lucía poner voz a su
aflicción. Expresando la rabia ante lo injusto de lo que le
estaba tocando vivir, su lamento por las innumerables
pérdidas que ocasionaba a su vida y su miedo ante lo
impredecible de lo que le quedaba de vida.
Después de una considerable descarga emocional, caía la
tarde, Lucía se quedó sola, ya que Bego tuvo que volver al
cuidado de sus hijos. Encendió la lámpara de la sala, sus
ojos se detuvieron en una foto suya de hacía aproximadamente
veinte años, le parecía estar viviendo una pesadilla; que
aquella mujer joven, sonriente, vital y aquella mano
huesuda, que sujetaba la foto y estaba pegada a aquel cuerpo
decrépito, pertenecieran a la misma persona…
Siguieron días de una enorme tristeza, la suerte estaba
echada, ya no tenía sentido lo que le quedaba por vivir, no
existía ninguna expectativa agradable de futuro, solo el
progresivo deterioro de su cuerpo físico, hasta su total
extinción con su consiguiente carga de dolor físico y
emocional.
Pero no todo estaba perdido, pues durante años había
mantenido una práctica espiritual que le había mostrado cual
era la causa de su sufrimiento y de cómo trascenderlo. Su
fuente era el deseo centrado en ella misma, su “ego”, y en
este momento en el que se encontraba herido de muerte, podía
ser una buena coyuntura, para intentar soltar las amarras de
identificación con su “falso yo” y embarcarse en la aventura
de cruzar a la otra orilla, hacia el misterio del SER, del
que había tenido algún atisbo de experiencia.
Resultó ser un balón de oxigeno para Lucía. Lo que le
quedaba por vivir tenía sentido. Fue un momento para
inspirarse en algo ya leído y sobre todo reanudar la
práctica meditativa. No era nada fácil aquietar aquella
mente asilvestrada por el pensamiento compulsivo, aunque su
determinación le mantuvo firme en su propósito. Después de
varios días con escaso éxito tratando con tormentas de dolor
físico y emocional, se encontraba Lucía en la aflicción más
intensa de la noche oscura del alma, cuando se percató que
su ego se había sutilizado y que en el fondo seguía
existiendo un alguien que quería que el proceso fuera de
otra manera. De pronto una luz cálida invadió el cuerpo de
Lucía, que le sugería “QUÍTATE DE EN MEDIO”. En ese instante
se dio una profunda comprensión y aceptación de lo que le
estaba tocando vivir y en la medida que su interés por que
su situación fuera de otra manera cedía, a un alinearse con
lo que la vida le deparaba, empezaba a sentir una profunda
quietud, que nada tenía que ver con la resignación de la
amarga derrota, sino que le invadía una inmensa serenidad,
una presencia sagrada nunca antes sentida. Se estaba dando
una significativa transformación, un despertar a una
dimensión más profunda.
Sentía a su compañero, con la negación de quien no quiere
ver lo obvio de lo que se avecinaba. El seguía empeñado en
nuevos tratamientos. Lucía le insistía en que dejara de
correr en dirección opuesta a la realidad:
-Mira Jesús, nos queda muy poco tiempo, no malgastes lo
escaso que tenemos con reproches infantiles, déjate vivir
esas emociones de rabia, miedo y abandono sin recrearte en
la víctima. Tu paz interior y el corto futuro de nuestra
relación dependen de que aceptes….
-(Jesús enfadado) Pero cómo voy a aceptar que te dejes
morir.
-(Lucía) Jesús abre los ojos, mi cuerpo está desahuciado,
para mí ha sido muy doloroso reconocerlo, pero en ese
reconocimiento he encontrado la paz y donde lo poco que nos
queda por vivir, puede ser el acicate para vivir el presente
de nuestra relación con una intensidad y conciencia nunca
vividas anteriormente.
La amorosa mirada de Lucía impregnaba a sus palabras de
una quietud que iba calando en su compañero, su profunda
presencia en el ahora atraía como un imán a Jesús al
presente instante donde todo era perfecto. Durante los
próximos días Jesús se vivió inmerso en una extrema
polaridad, cada vez que su mente moraba en ideas que no
aceptaban la realidad, su infierno personal emergía. Sin
embargo, cuando en presencia de Lucía compartía lo que cada
momento proporcionaba, todo era una bendición. Por lo que la
lección era clara, el no alinearse con lo que la vida le
deparaba era la ruta directa de acceso al sufrimiento,
mientras que su salida era rendirse a vivir cada instante
tal cual era.
Juli, la madre de Lucía era una mujer comprometida con los
desfavorecidos del planeta, su brújula era el espíritu del
Evangelio. Lucía desde muy pequeña tenía el recuerdo de ver
a su madre en programas de ayuda al tercer mundo, incluso
recordaba a mendigos comiendo en su casa, a quienes después
de un baño, les regalaba ropa de su marido. Juli se percató
enseguida de la transformación que se había producido en su
hija.
-Lucía estoy sorprendida del cambio que has dado sin
aparente motivo, a veces me viene la idea “no será que te
has curado”, ya que el dolor ha desaparecido y ha vuelto la
alegría….
-Mira amá, mi cambio nada tiene que ver con la curación
física, es el resultado de una sanación interior. Te
acuerdas en mi juventud como discutíamos y como me rebelaba
a lo que me parecía una excesiva sumisión “Hágase Tu
Voluntad”. No podía comprender que ante lo que me parecía
injusto, tuviéramos que agachar la cabeza. Pues hoy es el
día que a través de mi experiencia he comprendido el
significado profundo de esas palabras. Mi cambio es el
resultado de quien vive con un corazón abierto lo que la
vida le depara.
-(Juli) -Curiosamente ha sido una frase que me ha guiado
en momentos difíciles de mi vida, pero hoy es el día que
todavía tengo que hacer las paces con Dios y aceptar este
amargo trago. Aunque el sentir en este momento, que tu eres,
con lo que te está tocando pasar, expresión viva de esa
máxima, me alivia el dolor y me trasmite mucha inspiración.
Madre e hija se fundían en un abrazo en el que los papeles
biológicos se invertían, esta vez era el frágil cuerpo de
Lucía el que daba refugio a su desconsolada madre y le
susurraba:
-“Hágase Tu Voluntad”………….”Hágase Tu Voluntad”……
El cuerpo de Juli se convulsionaba, expresando el dolor de
una madre que va a perder a su única hija. Poco a poco la
tormenta emocional iba amainando, su cuerpo se iba
distendiendo permeado por el amor y la presente quietud que
Lucía emanaba, hasta que por la boca de la propia Juli se
escucharon las palabras:
-“Hágase Tu Voluntad”….
-Amá, ya lo has conseguido, estate muy atenta pues cuando
bajes la guardia, la mente volverá a intentarlo, a desear
que las cosas sean de otra manera. Ya sabes “Hágase Tu
Voluntad”.
José Mari padre de Lucía era una persona que tenía una
considerable importancia en el mundo social, mientras que en
su propio hogar era eclipsado por su esposa Juli. Pertenecía
a ese tipo de hombres para quienes la vulnerabilidad no era
cosa del género masculino. Prefería no quedarse sólo al
cuidado de su hija. Lucía le planteo a su madre que se
buscase una excusa para que pudiera estar a solas con su
padre.
Padre e hija pudieron hablar en profundidad. Lucía
mencionó a aquella niña enamorada de su padre, con quien se
identificó renunciando incluso a su feminidad, para sentirse
con la llegada de la adolescencia rechazada, sin motivo
aparente. José Mari su padre pudo expresar lo que no supo
hacer cuando se dio cuenta de que el cuerpo de su hija se
estaba transformando en mujer. Entonces sintió que aquella
relación tan afectuosa y con tanto contacto físico, empezaba
a ser inadecuada. Así fue como Lucía emprendió una etapa de
rebeldía, estando en contra de todo lo que pudiera
representar el mundo de su padre. Fueron años difíciles para
José Mari el constatar que la niña de sus ojos se había
transformado en un enemigo…
Las diferencias del pasado expresadas en un clima amoroso,
lejos de producir dolor servían para que nada quedase sin
ser expresado. Padre e hija se encontraban como nunca lo
habían hecho. Hablaban del amor que uno sentía por el otro,
de la vida, de lo que perece y no fenece. Lucía mostraba una
radiante, amorosa serenidad, que de nuevo cautivaba a su
padre, que procedía como de una dimensión superior y que
empezaba a expresarse en la conciencia de José Mari.
A pesar de las limitaciones de su cuerpo físico, Lucía
tenía una clara determinación de cerrar el círculo de su
vida. Para ello convocó a sus amigos a una reunión de
despedida. Hacía días que a voluntad suya, el salón de su
casa se había transformado en su habitación, su cama ocupaba
el espacio del sofá, para poder así seguir estando
inmiscuida en la vida.
Los invitados fueron recibidos por Jesús y Bego, siendo
acomodados en un círculo de sillas alrededor de la cama
donde yacía Lucía, con la advertencia de esperar a su turno
para comunicarse con ella. Había ausencias significativas de
quienes no tenían el valor de decir el definitivo adiós.
Lucía se dirigió al grupo:
-Bienvenidos a esta casa y gracias por darme la oportunidad
de despedirme de cada uno de vosotros. Hace cuatro años tuve
una desagradable visita, “el cáncer” y lo que pareció ser una
maldición ha resultado ser todo lo contrario. Durante un
tiempo en mi vida mantuve una práctica espiritual en la que
eché en falta la ayuda de un maestro y hoy es el día, que lo
que parecía ser mi más difícil enemigo, se transformado en
mi guía. Me encuentro en el crepúsculo de mi existencia
física y todo lo siento perfecto por dramático que pueda
parecer y aunque mi cuerpo se encuentra cada vez más
limitado, me siento más viva que nunca, como si me hubiera
liberado de una camisa de fuerza, que no me permitía abrir
mi corazón y vivir a tumba abierta…”
El tono de voz de Lucía aunque había perdido su habitual
energía, estaba cargado de amor. Sus ojos irradiaban una luz
de quien ha alcanzado la cima de su potencial interior. La
audiencia escuchaba absorta, con la atención que no permite
la más mínima distracción, mientras iba siendo permeada por
el amor y presencia que emanaba de Lucía.
Jesús planteó hacer un ritual de despedida. En el centro de
la sala había unas velas que podían ser encendidas por cada
uno de los asistentes, a la vez que ponían voz a lo que
necesitaban expresar. Apagó la luz.
Los contagiados corazones fueron compartiendo en voz alta
ese mundo emocional que en la mayoría de los casos se vive
en la intimidad. Fueron momentos de gran intensidad, donde
la conciencia de estar por última vez con un ser querido,
propiciaba un clima de gran comunicación, donde se expresó
amor, gratitud por lo vivido, dolor por la inminente
pérdida, recuerdos…Una vez finalizada la ronda del grupo,
Lucía dio muestras de agradecimiento y dijo:
-Tengo un regalo para cada uno de vosotros. Todos os
habéis dirigido a esta parte de mí que es perecedera y le
habéis dicho adiós, ahora yo os invito a que digáis hola a
esta parte de mí que está aquí presente, que nunca ha nacido
y nunca va a morir y que también es parte de cada uno de
vosotros. Mi Presente, es este Presente, que precisa de
vuestra atención, de estar cada una, cada uno, aquí
Presente. La mejor forma de arruinar este regalo es que
intentéis percibirlo a través de la mente conceptual, así
que dejaros sentir…
En el marco de aquel silencio, la presencia de Lucía
brillaba irradiando como el sol al amanecer a cada uno de
los presentes. Después de un rato percatándose de que
quedaba alguien que estaba analizando lo que estaba
sucediendo, con una sonrisa, hizo sonar un timbre que tenía
encima de la mesilla y dijo:
-Ultimo aviso a los pasajeros que estén perdidos en el
pensamiento.
Sonaron algunas risas y el silencio volvió a reinar
durante unos minutos más, Lucía tomó la palabra e hizo
conectar al círculo con las velas.
-Mirad a la luz de estas velas, son el claro reflejo de lo
que hemos creado aquí. Grabar esta imagen y recordar que
cualquier situación adversa que os toque vivir, por muy
oscura que parezca, siempre la podréis iluminar con la
aceptación de vuestro corazón.
A indicación de Jesús, los participantes fueron
abandonando la casa con la sensación de haber vivido una
profunda experiencia. Lo que habían anticipado en sus mentes
como el desgarro del adiós, no cuadraba con la percepción de
que todo estaba bien, que emanaba Lucía y había sido
trasmitido a sus corazones. El regalo del “Presente” tuvo
para algunos atisbos de experiencia, pero incluso para los
más escépticos lo vivido en aquél encuentro no eran palabras
bonitas para salir del paso, sino que estaban confirmadas,
por la respuesta magistral de alguien, a quien la vida le
confrontaba con una situación límite.
Las visitas se sucedieron en su casa, su hogar se había convertido en una
improvisada escuela de conocimiento. Su condición de enseñante no cejó hasta que sus fuerzas se lo permitieron.
Había escalado a la cima de su Everest interior y esta fue
la última asignatura que trasmitió sus últimos días. Sus
palabras expresaban prometedores augurios con respecto al
futuro de la humanidad:
-Que todos los seres puedan liberarse del sufrimiento y
llegar a realizar su realidad última, siendo guiados por la
expresión más genuina de su esencia, el amor imparcial hacia
todos los seres y el gozo espontáneo de la sabiduría,
convirtiendo así al planeta en un paraíso donde reine la
armonía…
Bego visitaba a Lucía todo lo que podía, generándole
culpabilidad de estar desatendiendo a sus dos hijos:
-Lucía no me cansaré de repetirte, no sabes lo dichosa que
me siento de ser testigo de la transformación que has dado y
que lo puedas compartir conmigo. Cada vez que vengo a esta
casa me inunda un gran bienestar, como si entrara en una
nueva dimensión donde nada falta ni nada sobra, pero cuando
me voy, es como si volviera a ser la Bego de siempre con
todo mi barullo mental.
-A mí también me pasaba lo mismo, mi despertar ha sido
fruto de verme confrontada con la muerte de mi cuerpo
físico, como si hubiera asistido a un curso intensivo, en el
que cada vez que me identificaba con la idea de mí, lo único
que percibía era sufrimiento. Te acuerdas de la práctica
espiritual que compartimos hace años. Ha resultado ser como
el mapa que me ha ayudado a escapar del doloroso laberinto
en el que me veía sumida, abriéndome a la Presencia en el
ahora. Bego es importante que busques ese equilibrio en el
que estés conmigo y que tus hijos no se sientan abandonados,
pues todavía te necesitan. A propósito de Kai e Iratí quería
hablar contigo. Por mi condición de maestra a lo largo de
estos veinte años de profesión, he sido testigo de muchos
casos de niños que han perdido a una figura parental.
En
la gran mayoría de situaciones he comprobado cómo por
ahorrarles el dolor de la realidad, se les daban
informaciones poco claras, que mezcladas con la propensión
de los niños al pensamiento mágico les creaban muchos
problemas. Te voy a contar algo que me sucedió antes de caer
enferma. Me di cuenta que Nahia, una niña de ocho años, que
había perdido recientemente a su padre , se aislaba en el
recreo con una gran expresión de tristeza. Me acerqué a ella
con el propósito de ayudarle y le dije:
--Nahia, tengo una sorpresa para ti. (se le abrieron los
ojos, inspiró profundamente, se le encendió el rostro de
alegría y sabes qué me contestó).
-Ha venido mi padre a verme, ¿verdad?
-Te puedes imaginar lo doloroso que fue decirle a aquella
niña que su padre no había venido… Bego, me gustaría
despedirme de Iratí y Kai. Creo que en la mayoría de los
casos por dolorosa que pueda parecer la verdad es el mejor
camino y en este caso una buena manera de prepararles para
la vida.
Lucía siempre tuvo claro que la maternidad no era lo suyo,
que le resultaba suficiente con intentar nutrir las
carencias de sus alumnos. Con Kai e Iratí tenía un precioso
vínculo pues había ejercido como tía-canguro en innumerables
ocasiones. La despedida fue muy emotiva. No fue un plato de
buen gusto, el trasmitir a aquellos pequeños de seis y ocho
años, que no iban a volver a ver nunca más, a su tía
preferida. Los niños hicieron muchas preguntas, recibiendo
las contestaciones adecuadas para su edad, además que Lucía
desde su quietud supo tranquilizarles antes sus miedos por
la posible muerte de sus padres o por la suya propia.
Recordaron la “muerte” del abuelo, la de Txuri un perro
pastor que vivió con ellos, hubo momentos para el llanto, la
risa, la ternura…, la vida misma se expresó sin cortapisas.
Antes de despedirse Lucía les expresó lo dichosa que se
sentía de tener unos “sobrinos” tan maravillosos. A Iratí le
regaló un collar de ámbar por el que se sentía atraída y a
Kai una caja de música que le fascinaba, además de un regalo
para el que todavía no estaban maduros, una grabación con el
descubrimiento más grande que se pueda hacer en esta vida.
El cuerpo de Lucía se iba apagando poco a poco, ya no
recibía visitas. En el hogar se respiraba una calma espera,
ante el inminente desenlace. Era una temprana mañana
lluviosa y oscura de primavera, cuando Lucía despertó de un
revelador sueño, en el que se sentía ser una majestuosa
águila, que se abandonaba al vacío, mientras extendía sus
inmensas alas y las batía jugando con el viento, con una
sensación de profunda libertad, dirigiéndose hacia el
horizonte, donde descansaba un bello arco iris. Le dijo a
Jesús con dificultad:
-Mi hora ha llegado. Avisa a Bego y a mis padres.
Era algo convenido hacía días, Lucía quería compartir con
sus seres más íntimos el dejar su cuerpo, quería que fueran
testigos de aquella “MUERTE” que tanto horrorizaba a la
mayor parte de sus semejantes.
Llegaron sus padres después de Bego. Su madre Juli estaba
agitada. La amorosa y poderosa mirada de Lucía le llevó a la
presencia, haciéndole reconocer su miedo y permitir que poco
a poco se fuera disolviendo. Sobraban las palabras, la
presencia de Lucía expresaba la paz profunda de quien vive
el ocaso del cuerpo, con la visión lúcida de la impermanencia del mundo de la forma.
De su mirada cristalina
emanaba un amor inconmensurable, que no hablaba de la
separación de la pérdida, sino que de la unidad a la que
siempre pertenecemos.
-Gracias. (Fue su última palabra después de recorrer con su mirada el
semblante de sus cuatro acompañantes. Sus párpados cedían a
la gravedad expresando su último adiós, mientras los
presentes seguían muy atentos al débil y fluido respirar de
Lucía).
Dijo Jesús, después de tomarle el pulso:
Ha dejado el cuerpo.
Respiraba tan en paz que fue difícil detectar cuando dejó
de hacerlo. Lagrimas recorrían las mejillas de los cuatro
acompañantes, que reconocían la imposibilidad de compartir
con Lucía en esta dimensión humana, pero no expresaban
amargura o desgarro, sino la quietud de quienes habían
comprendido que la mariposa del espíritu abandonaba a la
crisálida de ese cuerpo decrépito, para unirse a la fuente
original, la Consciencia, donde no existe el nacimiento, ni
la muerte.
De pronto cambió bruscamente la intensidad de luz de la
habitación. El sol había salido y como seguía lloviendo, un
majestuoso arco iris se divisaba de lado a lado de la
ventana. Fue como el reconocimiento de la naturaleza, a
quien había superado la gran reválida de la forma a la no
forma, con Matrícula de Honor.
La aceptación de la muerte del cuerpo físico y de que
todas las quimeras del ego estaban condenadas al fracaso,
dejaron a Lucía sin nada a lo que agarrarse, resultando ser
ese trampolín que le proporcionó la visión lúcida de
“QUÍTATE DE EN MEDIO” y así permitir a la esencia de su Ser
tomar las riendas de su vida.
Aquel “microtsunami” llamado cáncer, que devastó el cuerpo
de Lucía, paradójicamente, había generado una estela
luminosa a su paso. Se había sembrado una semilla que
contradecía la creencia cultural occidental que la muerte
del cuerpo físico era algo horrible. La evidencia de la
experiencia de Lucía hablaba de confianza, de ser una
inmejorable oportunidad para el florecimiento de la
Consciencia, la vuelta a casa a nuestra Esencia Primordial,
de la que todo ser humano esta dotado, la Presencia
Consciencia.
ITSAS TXANPA